Taller de Escritura Creativa y Taller de Yôga

¡Despedida!

Fue un verdadero gusto compartir con ustedes este cuatrimestre: leerlos, escribirles, conocernos más y aprender juntos. Ya nos hemos despedido de distintas maneras en las últimas tres semanas: con actividades de escritura, reflexiones y meets. ¡Cerramos estos meses para dar lugar a cosas nuevas, para seguir encontrándonos de otras maneras! Como última actividad de este ciclo les propongo: Recorran las distintas actividades que fuimos haciendo desde que empezó el cuatrimestre, conéctense con lo que fueron pensando y sintiendo en la realización de cada una y con el correr de las semanas. Escriban un texto en el que reflexionen sobre ese proceso. ¿Qué pudieron aprender?¿En qué aspectos crecieron?¿Qué experiencia o idea valiosa se llevan de este ciclo de talleres?

Seguimos cerca y estoy para lo que necesiten, también en estas vacaciones. Pueden escribirme a andres.cotton@colegiologosofico.edu.ar. Que tengan muy felices vacaciones, descansen, jueguen y aprendan. ¡Gracias por estos momentos compartidos!

Andrés

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Luego del maravilloso cierre de la semana pasada, vamos a aprovechar el encuentro de hoy para reflexionar sobre el camino recorrido hasta ahora. Utilizaremos recursos de escritura para tratar conceptos relacionados con el Yôga.

Lean el siguiente mito hindú:

El origen del río Ganges.

En el comienzo de los tiempos, los ríos no existían, solo había océanos y lagos. Agastia, un demonio indio temido por la capacidad insaciable de su estómago, tuvo un día el antojo de tragarse el océano, cosa que hizo sin gran esfuerzo, trayendo así la más atroz de las sequías a la tierra. Como la situación amenazaba la existencia de todos los seres vivos, las divinidades tuvieron que arbitrar –allá en sus altas moradas del Himalaya– una solución, decidiendo al fin desprenderse del río celestial, el Ganga (o Ganges), que con el flujo de su Vía Láctea sería reencausado hacia  la tierra para regarla.

Pero los dioses sabían que el infinito caudal del Ganga podía tener un efecto devastador. La tierra estaba tan seca, tan rígida, tan sedienta, que se había compactado a tal punto que todo el planeta parecía una gran piedra hecha de polvo. Para recomponerla, era necesario hidratarla lentamente, de otro modo, la súbita descarga de la gran masa de agua no se absorbería a la velocidad necesaria y provocaría una inundación más dañina que el peor de los desiertos. Entonces las divinidades convocaron a Shiva, el primer practicante de Yôga, dios de la transformación (bailarín legendario y poderoso guerrero) y le encomendaron la tarea de parar el golpe de toda aquella agua que bajaba del cielo.

El dios imponente se situó debajo de la gran masa de agua y Ganga al bajar fue recibida por la cabeza de Shiva, que era célebre por la gran trenza que daba forma a su pelo. En ella, el agua de Ganga estuvo circulando varios años sin encontrar un cauce. En ese esfuerzo, el río fue perdiendo su fuerza torrencial, y así, cuando al fin el propio Shiva tuvo toda su cabellera empapada, se recostó sobre las montañas de los Himalayas y soltó su trenza, dejando que su pelo se derramara por sus laderas. Las ramificaciones de su cabello se dividieron en siete riachuelos que bajaron serpenteando entre las rocas inmensas de las montañas y Ganga, con todo su caudal, llegó a las llanuras indias sin causar daño, devolviéndole a la tierra la vida que había estado a punto de extinguirse.

Como habrán observado, Shiva no se opone a la fuerza del agua: trata de canalizarla, de transformar su curso para conducirla de un modo constructivo. Muchas veces en la vida nos encontramos con fuerzas internas (por ejemplo, nuestras emociones) o externas, que pueden ser dañinas o constructivas según sepamos encauzarlas y direccionarlas.

Escriban una historia en la que un personaje logra utilizar una fuerza que parecía destructiva para construir algo valioso. Como siempre, espero sus escritos en andres.cotton@colegiologosofico.edu.ar Abrazos, Andrés.