TALLER DE LECTURA EN VOZ ALTA (Y juegos radiales)
¿Cómo están para escuchar un cuento?
¡Hola! ¿Cómo les fue la semana pasada con los cuentos de María Elena Walsh? ¿Les gustaron? ¿Se animaron a grabarse? No hay nada más lindo y MÁS RARO que escuchar la propia voz de uno mismo en una grabación. A veces sucede que no nos reconocemos y es muy normal que nos pase eso. No se asusten. Pero es importante grabarse cuando uno lee en voz alta porque nos queda un registro de cómo lo hicimos y cómo podemos mejorar nuestra lectura.
Les dejo un cuento que a mi me encanta porque parece que es de terror porque es una historia sobre el Conde Drácula pero tiene algunos componentes humorísticos. Se llama "Dientes", de Ema Wolf y si ya lo conocen les propongo que lo escuchen como si fuera la primera vez prestando atención a:
- El RITMO y la VELOCIDAD de la lectura.
- Las DISTINTAS ENTONACIONES y VOCES que puede presentar el cuento.
- Las PAUSAS y los CAMBIOS DE TONO.
- Los GESTOS (y cómo nos puede ayudar el cuerpo en la lectura).
- La INTERPRETACIÓN (porque si queremos los cuentos se pueden actuar un poquito).
Les pido que si se animan a grabarse (en video o solo audio con la ayuda de un celular) me envíen el trabajo al mail: eugenia.quibel@colegiologosofico.edu.ar
Espero que se sigan cuidando, compartiendo momentos en familia y aprendiendo de esta nueva realidad en la que todos nos encontramos y de la que ojalá salgamos siendo más cuidados y concientes. Les abrazo enorme y espero verlos pronto.
y ahora... ¿se animan ustedes?
Les copio aquí abajo el cuento. ⬇⬇⬇
"DIENTES"
Boris Dracul
trabajaba de vampiro. Todas las
noches se ponía su capa de seda negra –tenía otra de hule impermeable para los
inviernos húmedos- y se largaba a vampirear por los caminos de Moldavia.
No
es fácil ser vampiro en un pueblo de campesinos que se acuestan más temprano
que las gallinas. Al menos no lo era para el conde Dracul, incapaz de atravesar
paredes, de cruzar volando las ventanas convertido en murciélago y de toda otra
acrobacia parecida.
Dracul
tenía que conformarse con morder el pescuezo de algún enamorado tardío o de un
aldeano insomne que estuviera fuera a esa hora paseando el perro. Para colmo,
los habitantes del pueblo vivían de la cosecha del ajo, y quien más quien menos
siempre andaba con un diente en el bolsillo.
El
conde Dracul vivía, claro, en un castillo tenebroso.
Durante
el día dormía en la bañadera. (Créase o no, las bañaderas suelen ser los
lugares más secos en esos viejos edificios.) Durante la noche…La noche alentaba
sus peores propósitos.
¿Quién
ha visto alguna vez el despertar de un vampiro?
Cuando
el cucú daba las doce se levantaba de un salto. Solía darse la nuca contra las
canillas, pero eso jamás lo desmoralizó. Con los ojos todavía enlagañados se
peinaba –de memoria, porque los vampiros no se reflejan en los espejos- y
manoteaba la capa que colgaba del toallero. Después se deslizaba por el
ventiluz del baño hasta el jardín. El rocío lo despabilaba ferozmente. ¡Y a
comer!
Una
noche de ésas, una tormenta maligna sacudía los muros del castillo. Afuera
aullaban los lobos, las lechuzas, los hurones y animales varios. A pesar del
vendaval, el conde Dracul se aprestaba a salir. Como siempre, se deslizó a
través del ventiluz y marchó hacia el pueblo.
En
las calles de la aldea, naturalmente, no había un alma. Con semejante tiempo
había menos que nadie.
Dracul
pisó varias baldosas flojas y maldijo en rumano. La panza le crujía y él ya
imaginaba una desgraciada noche de ayuno.
¡De
pronto…!
Pasos
que se acercaban.
Suspenso.
-Scruich,
scruich- hacían los pasos mojados.
Dracul
tensó todos los músculos del cuerpo.
Observó
que una sombra se acercaba por la vereda. Miró bien. Por el rodete, parecía una
señora. Parecía no, era una señora.
Dracul
se agazapó detrás de un buzón y esperó a que la dama se acercara, listo para
dar el gran salto.
Más
suspenso.
Cuando
la tuvo cerca, salió de su escondite, desplegó la capa y abrió la boca con un
rugido exhibiendo los colmillos.
La
señora clavó los ojos en esa bocaza que tenía a veinte centímetros de su cara y
lanzó un grito espantoso:
-¡AAAAAAAAAHHHH!
¡QUÉ HORROR!
Lo
que pasó después nadie pudo imaginarlo, ni siquiera el mismísimo conde.
La
mujer lo zamarreó por el cogote con unas manos robustas de sifonero y después
lo derribó con un golpe de karateca.
¿Con
quién se había topado el conde Dracul? ¡¿Quién era ella?!
Era
nada menos que la temible doctora Carramela, la dentista ortodoncista de la
aldea. ¡El Terror de las Caries! ¡El Azote de los Dientes Desubicados!
El
conde sintió que lo levantaban por el aire y cerró los ojos.
En
pocos minutos se encontró sentado en el sillón de la dentista con la boca
abierta. Las rodillas de la Carramela, apoyadas sobre el pecho, le trababan los
movimientos. Estaba furiosa.
-¡Qué
barbaridad! –decía-. ¡Esto está a la miseria! ¿Cuándo aprenderán a cuidarse la
boca? ¡PUERCO, PUERCO, PUERCO!
En
un rato le emparejó los colmillos, le arregló seis muelas picadas, le sacó dos
dientes que le sobraban y le hizo un tratamiento de flúor. Después lo fletó
para su casa, no sin antes darle un sermón y prohibirle para siempre los
merengues.
Nunca
más anduvo el conde Dracul vampireando solo de noche por los caminos de
Moldavia. Es una pena.
Desde
entonces guarda su cepillo de dientes en un vaso, junto al tubo de pasta, al
lado de la jabonera.
FIN
En
“¡Silencio, niños! y otros cuentos.” Ema Wolf. Editorial Norma, 2001.
Colección Torre de Papel.
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