TALLER DE LECTURA EN VOZ ALTA Y JUEGOS RADIALES

Taller de Lectura en Voz Alta y juegos radiales


Queridas niñas y niños del Taller de Lectura en Voz Alta,


¿Cómo están? Debido a esta situación excepcional en la que nos encontramos en casa de
manera preventiva, quiero proponerles una actividad para
pasar estos días.


Como les decía el viernes pasado la única manera de mejorar nuestra lectura en voz alta es
practicando. Así que les propongo la siguiente actividad: 


ACTIVIDAD: LEO Y GRABO


  1. Les envío algunos cuentos breves para que lean y elijan uno
  2. Lo leerán primero en silencio intentando hacer una lectura comprensiva
  3. Con la ayuda de un celular que seguramente hay en casa, propio o de mamá o  papá,
  4. graben el cuento elegido con la función Grabador del teléfono. El inicio del cuento debe
  5. decir… “Soy (nombre y apellido) y voy a leer… (nombre del cuento)” y luego comienzan
  6. con la lectura del cuento elegido.


Algunos consejos y comentarios: 
Lean el cuento las veces que necesiten hasta entender de qué trata, si tiene distintas voces y si
nos quiere enseñar algo, y recién ahí pasen a la instancia de la grabación
No se preocupen si se traban o equivocan durante la grabación. Pueden hacer una pausa de
un segundo y retomar la lectura. 


CUENTO1: 


“LA BISA VUELA, de María Elena Walsh


Había una vez una ancianita con más años que hojas tiene un ombú. Alta y flaca y memoriosa y sabia. Y había una
vez un pueblo grande como dos sábanas cosidas al medio por las vías del ferrocarril. Y había en el pueblo varias
familias con muchos chicos. Y había trenes que pasaban de largo, llenos de vacas y sin pasajeros.
La ancianita vivía sola en lo alto de un mangrullo. Guardaba cachivaches en un baúl de su antepasado el
Conquistador. Y su grillo Pachimú se guardaba él solo dentro de una caja de fósforos.
Un buen día, los niños, reunidos en asamblea en el galpón del ferrocarril bajo las alas de un viejo avión
herrumbrado, decidieron adoptar a la anciana como bisabuela de todos y llamarla Bisa. Y desde entonces
vivieron felices, jugando con Bisa a la rayuela y al ajedrez.
Salían todos a pasear, algunos en bicicleta, otros en caballo de palo y alguno en un cajón tirado por un carnero.
Pescaban renacuajos para investigarlos y cultivaban enormes calabazas anaranjadas. Bisa, en sus tiempos,
había sido aviadora. Y el viejo avión era su famoso “Águila de Oro”. La campeona de vuelo estaba jubilada –decía-
desde que sus ojos se debilitaron y un mal día al aterrizar había atropellado a una pobre perdiz viuda.
Entre todos se pusieron a limpiar y aceitar el aeroplano, con la esperanza de volar algún día y llegar, por lo menos,
hasta la orilla del mar.
¡Y ese día estaba cerca! Porque ya las hélices rugían como dos leones tartamudos, comandados por la famosa
aviadora. Bisa abrió un baúl, sacó su viejo uniforme arrugado y se lo probó frente al espejo.
-No es tan distinto del uniforme de los astronautas, ¿verdad, Pachimú?
Pero el grillo, por ser tan pequeño, no sabía nada de astronautas.
Bisa se encasquetó la gorra y se puso unas antiparras que nunca había usado: era un trofeo regalo de su madrina
después de su último vuelo ¡tantos miles de días atrás!
-Estos anteojos se han vuelto locos -dijo Bisa. Y miró a Pachimú, y en su lugar vio un gato con cola de pavo real.
-Estás muy raro. ¿Qué te pasa, Pachimú?
Pero Pachimú, por ser tan pequeño, no sabía nada de rarezas. Bajó de su casa y con el grillo en su caja dentro de
uno de sus 54 bolsillos llenos de herramientas, corrió a contarles a sus bisnietos la novedad. Los niños, por
riguroso turno, se probaron las gafas y no vieron nada, sólo las encontraron asquerosamente sucias y empañadas.
-Estoy segura de que con estos anteojos maravillosos pondré en marcha el motor -dijo Bisa.
Los chicos abrieron los portones, Bisa trepó a la diminuta cabina, movió manivelas y palancas y… brrrrummmm…
cruzó las vías y remontó vuelo. Los bisnietos la siguieron un poco a la carrera, después se taparon los ojos
temiendo lo peor.
Seguramente ustedes también tiemblan de espanto pensando que se va a estrellar contra el más alto de los
eucaliptos. Pero no, Bisa vuela, feliz. Mira hacia abajo y ya no ve a sus bisnietos ni el ocre de los monótonos
campos. Ve toda la ciudad de Nueva York, ve una carroza tirada por mariposas gigantes, ve las pirámides
mexicanas, ve un cohete espacial que pasa cerca, y allá lejos ve algunas torres de la ciudad de Bagdad.
Como le quedaba escaso combustible, al divisar una calle ancha y poco transitada, decidió aterrizar.
¿Dónde estaría? ¡Buena pregunta para Pachimú! Bisa se levantó las gafas y vio que los niños de un pueblo
extraño se acercaban a recibirla, con sonrisas, besos, abrazos y un ramillete de margaritas.
Pero ¡ay!, hablaban en otra lengua, sólo entendieron el idioma de los cariños. Entonces Pachimú se puso a cantar,
y a él sí lo entendieron, porque los grillos cantan en un idioma universal.
Salió de su caja y del bolsillo y desde el ala del avión trabajó de traductor.
Los chicos de ese pueblo también decidieron adoptar a Bisa como bisabuela de todos. Y le ofrecieron domicilio en
una casita construida en las ramas de un árbol.
Desde entonces Bisa vuela de pueblo en pueblo y de bisnietos en bisnietos.
Ya aprendió otro idioma y, en cada viaje, que dura media hora o tres meses –nadie lo sabe-, sigue mirando
encantada por los cristales de sus antiparras, las maravillas del mundo que siempre quiso conocer.


CUENTO 2:


DON FRESQUETE”, de María Elena Walsh


Había una vez un señor todo de nieve. Se llamaba Don Fresquete.
¿Este señor blanco había caído de la luna? –No.
¿Se había escapado de una heladería? –No, no, no.
Simplemente, lo habían fabricado los chicos, durante toda la tarde, poniendo bolita de nieve sobre bolita de nieve.
A las pocas horas, el montón de nieve se había convertido en Don Fresquete.
Y los chicos lo festejaron, bailando a su alrededor. Como hacían mucho escándalo, una abuela se asomó a la
puerta para ver qué pasabaY los chicos estaban cantando una canción que decía así:
“Se ha marchado Don Fresquete a volar en barrilete.”
Como todo el mundo sabe, los señores de nieve suelen quedarse quietitos en su lugar.
Como no tienen piernas, no saben caminar ni correr. Pero parece que Don Fresquete resultó ser un señor de nieve
muy distinto.
Muy sinvergüenza, sí señor.
A la mañana siguiente, cuando los chicos se levantaron, corrieron a la ventana para decirle buenos días, pero...
¡Don Fresquete había desaparecido!
En el suelo, escrito con un dedo sobre la nieve, había un mensaje que decía:
“Se ha marchado Don Fresquete a volar en barrilete.”
Los chicos miraron hacia arriba y alcanzaron a ver, allá muy lejos, a Don Fresquete que volaba tan campante,
prendido de la cola de un barrilete.
De repente parecía un ángel y de repente parecía una nube gorda.
¡Buen viaje, Don Fresquete!


¡Espero que disfruten de la actividad!
Cariños,

Eugenia.


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